Viene convenientemente protegido en una caja de cartón. Pruebas a abrirla y te das cuenta que está pegada con cinta adhesiva. Intentas quitarla pero no sale entera, se te quedan pequeños trozos pegados en los dedos. Decides ir a buscar unas tijeras. Cortas la cinta y sacas por fin el contenido del paquete.
Tu compra viene envuelta en un plástico con una tira roja que sobresale en un lado. Se trata, como no, de un “abre fácil”. Tiras de ella y se te queda en las manos. Un trozo de plástico se ha desgarrado, pero no es suficiente para desprender el resto. Descartas usar las tijeras, no quieres estropear nada accidentalmente, así que tiras del plástico fuertemente hasta que lo rompes por la mitad, sacando buena parte de él.
El trozo que has sacado se queda pegado en tus dedos por estática. Intentas despegarlo sacudiendo pero no salta. Tiras de él con la otra mano y lo único que consigues es cambiarlo de sitio. Sacudes de nuevo y finalmente cae al suelo. Al ser transparente no ves dónde ha aterrizado, así que te agachas a buscarlo, lo recoges cuidadosamente con las puntas de los dedos y lo depositas en una mesa. Ahí se quedará durante una semana.
Te queda otro trozo de plástico, que enfunda perfectamente el objeto. No puedes tirar de él, está demasiado ajustado, ni tampoco pellizcar con los dedos. Decides volver a coger las tijeras. Las introduces y cortas. Tu compra se ralla. Te da igual. Ya no importa el objeto ni tu integridad física. No existe mañana. Eres tú contra el packaging. No hay nada más en el mundo. Estás furioso, cabreado, frustrado... eres víctima del wrap rage.