¡Joder! La idea de un tipo alto, no muy alto, pero lo suficiente para que pase toda su vida siendo víctima de comentarios sobre su estatura por parte de desconocidos en todos los espacios cerrados habidos y por haber: en el tren "uy, que alto", en el ascensor "uy, que mal repartido está el mundo", en la panadería "uy, ¿juegas al baloncesto?". Y el tipo alto, pero no muy alto, absolutamente obsesionado por ese tema, pensando día y noche en una respuesta graciosa a esos comentarios, pero que sea educada, no hiriente, pues en el fondo reconoce que pese al malestar que le provocan no tienen mala intención. Hasta que un día, cansado de buscar esa escurridiza respuesta, considera que quizás sea una buena estrategia establecer sutiles peculiaridades para competir con su mera talla, para que la gente tenga, al menos, donde elegir para comentar. Así que el tipo empieza a estudiar cosas extrañas, se dedica profesionalmente a algo que nadie entiende, se entrega a aficiones exóticas, aprende a amar los géneros cinematográficos más underground, intenta llevar una vida tranquila en plena fiebre global consumista, se atreve a dejar su trabajo estable en medio de una brutal crisis económica y se embarca en la paternidad antes de los 30. Pero joder, nada de eso le funciona, nada de eso es suficiente para la vecina con la que coincide en el ascensor, que sigue insistiendo en hacer un comentario sin mala intención sobre lo mucho que tiene que forzar el cuello para hablar con él; así que el tipo alto, pero no muy alto, decide volver a su estrategia anterior y sigue viviendo su vida convencido que una inteligente combinación de palabras dará lugar a esa perfecta respuesta graciosa que, tras años de obcecadas noches en vela sigue sin ser incapaz de encontrar.