La tapa

Dejarse caer en un bar, berrear “¡dos cañas!” y recibir un regalo.

Es algo que no has solicitado: unas croquetas, unas patatas con choricillo, un pincho de tortilla de queso, unas alitas de pollo, unos cortes de jamón... Una tapa, vamos.

Sí, la tapa es una ración de comida, pero no sólo eso. Es también un juego social: picoteamos de un mismo plato, peleando, o cediendo, esa última unidad, convirtiéndola incluso en tema de conversación. O un alivio cognitivo: Barry Schwartz se hartaría de tapas, pues la paradoja de escoger no afecta cuando alguien decide por ti. De hecho Robert Cialdini tampoco le haría un feo a repetir, ya que una vez entrado en el juego de las tapas, ¿cómo dejar de ser coherente con uno mismo?

Pero seamos realistas, la tapa no gustaría a nuestro amado Nielsen: en el fondo nadie la ha pedido, por lo que acaba siendo un foco de distracción respecto la caña, verdadero objetivo inicial del usuario. Sin embargo, su compañero de trabajo, el muy beard certificated Don Norman, no creo que se resistiera a la visceralidad de unas morcillitas con pimientos o a la reacción reflexiva de la croqueta de foie, cuarta tapa de la noche, recompensa por llegar tan lejos, y símbolo de estatus social que se une a su capacidad de aguantar sin que se le manche la barba.

Pero a la tapa poco le preocupa todo esto. Le da lo mismo quién se la coma: un humilde arquitecto de información, un especialista en experiencias de usuario, un diseñador de servicios o una rockstar de la honestidad. La tapa tiene otras cosas en mente: dar algo de sed al usuario para que lo último que oiga mientras viaja esófago abajo sea, simplemente, “¡otra caña!“.

Dani Armengol

Dani Armengol

Consultor independiente de arquitectura de información.

Recibe un aviso de nuevos artículos y novedades


And now for something completely different