En los años 50 programar era un verdadero tormento, así que, en un claro ejemplo de procrastinación estructurada, Backus en lugar de hacer su trabajo decidió “perder el tiempo” definiendo un lenguaje de programación que permitiera, justamente, hacer más sencillo programar. Así (más o menos) nació FORTRAN en 1957, el primer lenguaje de propósito general de alto nivel de la historia.
Para que los programas hechos en FORTRAN tuvieran un rendimiento similar a los creados directamente en ensamblador se preparó un compilador que optimizaba el código, pero la comunidad de desarrolladores no estaba del todo contenta... De pronto el trabajo de programación pasaba a ser más fácil, más accesible, y para muchos no era concebible que esto no tuviera ningún coste en eficiencia.
La historia se repite continuamente: pasó con la introducción del ratón, con el entorno de escritorio, con el procesador de textos WYSIWYG, con la crafting table de Minecraft en Xbox 360... y sucede cada vez que aparece una interfaz que facilita una tarea, obsoletizando, aunque sea parcialmente, el esfuerzo personal de aprender a hacer ciertas cosas “the hard way”.
Es una reacción emocional compleja: es la pérdida personal de un status, el abandono de una posición privilegiada, la destrucción de una comunidad de expertos. Pero tranquilos, hay salida. O al menos el señor Linus Torvalds lo tiene claro:
Once a technology is adopted by the masses the extreme geeks find something more esoteric.